domingo, 6 de enero de 2008

Creerse

Os presento a Egon Schiele, un pintor de pricipios del siglo XX que tuvo una vida rara y unos vicios que hoy en día le habrían hecho pudrirse en la cárcel, por la que también pasó en su día. Este es un autorretrato (pintado por él -que diría la otra), pero podría haberos enseñado los retratos de niñas y señoritas que hacía, pero me apetece no entrar en eso; es como discutir, otra vez más, si la prensa debe hablar de artistas drogadictos y tener que mencionar a Jimi Hendrix o a Janis Joplin, no es discutible ahora.

No recuerdo cómo ni dónde vi por primera vez un cuadro de Schiele, pero no olvido que tendría unos diecisiete años y la gran impresión que dejó en mí. Medianamente contemporáneo a él era Klimt, y como saben, Klimt siempre ha sido un bestseller entre las chicas, con sus dorados a lo Iglesia Ortodoxa, sus mujeres pálidas de pelo negro y así. Schiele las prefería de rodillas sucias, pelirrojas, pálidas también y bastante más guarrillas, o así las quería ver él, de nuevo: no voy a profundizar en ello. Al poco de conocer a Schiele encontré un libro de Taschen sobre él, uno de esos que te ayudan a ver su obra rápido, por no demasiado dinero y a un tamaño adecuado. Había una foto de él. La copié a color y la colgué en mi habitación, como si fuera el retrato de Alejandro Sanz (eso hubiera resultado más normal). Pensé durante mucho tiempo que Egon Schiele era un pintor menor y que a mí me apasionara no tenía ningún significado especial. Hoy leo esto:
Mi primer encuentro con Schiele, a los 13 años, cambió mi vida.
Ronald S. Lauder, fundador de la Neue Galerie de Nueva York, un centro dedicado al arte alemán y austríaco del Siglo XX.
En junio de 2006, Lauder pagó 93,4 millones de euros por el Retrato de Adèle Bloch-Bauer,de Klimt, el mayor precio pagado por una pintura hasta entonces.

Debería seguir más mis instintos ¿no?

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