sábado, 3 de enero de 2009

Haciendo amigos

Un centro comercial es un lugar poco humanista, se va a comprar, a comprar y después a comer, después a volver a comprar, después a comprar y seguramente después a comprar. Estos días esta exageración no lo es tanto. Hoy, sábado 3 de enero, los centros comerciales, ya de rebajas, eran el centro de las vidas de los seres humanos españoles, así que, como humana que soy, allí estaba yo en uno de ellos. He procurado ir directa a mi objetivo y cargada de paciencia, me he situado al final de una cola infernal cuando la señora que me precedía me dice ¿vienes sola? y yo, sí, y entonces ella va y me dice pues vete a dar una vuelta que te guardo el sitio y cuando te aburras y vuelvas me voy yo, a lo que yo, pelín, desconfiada le respondo que se vaya ella que yo acabo de venir de dar vueltas a la tienda, que ya si eso... Vale, dice ella, y me cuelga un abrigo rojo y se marcha. Vuelve al instante, con una falda en sus manos y me pregunta si me gusta para ella o para sus hijas, le aclaro que yo no conozco a sus hijas y dejo caer que a ella tampoco y como la estoy hablando de usted me dice al oído: "de tú, coño". Me cuenta que tiene dos hijas, una muy clásica, otra muy moderna. Concluimos que por la rebaja que tiene la falda no merece ahora discutir para quién será, que se la lleve y ya se lo pensará. Vuelve a desaparecer. Cuando vuelve, se coloca en la cola y me habla de sus hijas, de que ayer ya le pasó lo mismo en otra tienda del mismo nombre y que entablaron amistas -ella y sus hijas- con un matrimonio encantador al que más tarde se encontraron, otra vez, en otro centro comercial. Y pienso que cuánto compra esta señora. Se mueve entre las estanterías agil, trae y lleva prendas, nos pregunta -ha conseguido relacionarse con otra chica que viene detrás- sobre unas camisetas, elegimos la morada, más mona, y ella dice que menos mal, era también su preferida. Nos cuenta que una de sus hijas no encuentra trabajo porque ha estudiado periodismo, ya no sé si lo dice como si una cosa fuera una conclusión de la otra, en realidad. Le cuento que he estudiado periodismo y que trabajo, ¿dónde? en RNE, y como si nada, sigue hablándome de su hija. No está loca, quiere hablar, como antiguamente, en los pueblos. Me dice que me dejará pagar a mí antes. Mi hija quiere escribir libremente y que ningún redactor jefe le diga que eso no lo puede escribir. Eso nos pasaba a todos, pero que siga intentándolo, le digo como si fuera una anciana de gran experiencia. Llegamos a la caja. Para entonces, otra señora alaba el gusto del bolso que voy a comprar. Gracias. Mi amiga me da dos besos, me felicita el año, me da las gracias y nos reímos porque esa cola infernal se nos ha pasado volando. Si esto fuera una película de Hollywood sonaría una música espantosa y la conclusión sería: podemos confiar en los seres humanos. No me hacía falta esta experiencia para creer en los seres humanos, ni la contraria para lo contrario, pero qué gusto da saber que tenemos en los genes la necesidad de relacionarnos, como antes, como en las plazas de los pueblos. No se enfaden si en la parada del autobús una señora les habla, correspondan, que no pasa nada.