viernes, 5 de diciembre de 2008

No es lugar para viejos

Hay cosas que uno sabe que han de venir, que tienen que llegar, pero que no las ve acercarse, sino que aparecen de pronto porque, en realidad, no quería jamás que llegara.
Ahora estoy viendo en TVE a J.R. Lucas entrevistando a Victoria Prego. Hablan del golpe de Estado del 81. Hablan de periodismo. Ella se congratula de haber estado en el meollo de la Historia como española y como periodista. Supongo que eso es estar en el sitio adecuado en el momento justo. Y además ser periodista. Prego, a la que no me importaría parecerme profesionalmente hasta su relación con El Mundo, recuerda cómo llegó la cinta del 23-F a Prado del Rey. Es una historia mítica, la cuentan los más viejos del lugar, los mismos que relatan cómo entraron los tanques de los militares y cómo vigilaron burdamente RTVE. Ya no quedan esos viejos del lugar, se han jubilado o los han jubilado. Trabajadores históricos, profesionales valiosos, poseedores de la Historia y del Conocimiento. Se han ido sin pasar el testigo. Somos jóvenes. No somos el enemigo, ellos tampoco lo eran. Todos somos víctimas. Prado del Rey será algún día un lugar mítico sobre el que descansarán bloques de pisos, modernas oficinas o un gran centro comercial. Seguirá llamándose Prado del Rey, pero se habrán tirado abajo los muros de la Historia, las paredes entre las que se pronunció sin aliento que el PCE había sigo legalizado. La Casa de la Radio es un lugar tétrico que se ha ido abandonando año tras año, década a década, un lugar en el que reinan los despachos vacíos, cintas de magnetofón abandonadas en armarios polvorientos. No es la culpa del lugar, sino de las personas que lo han ido abandonando a su suerte. ¿Quién se acuerda del orgullo de trabajar en RNE? ¿Quién se llena la boca ahora al hablar de la radio pública? Entré en esta radio cuando las asambleas contra el ERE abarrotaban el patio central de la Casa de la Radio, cada aviso de asamblea reunía a decenas y decenas de personas, había movimiento en cada esquina, se creía en los sindicatos, en el poder de las masas. Ya no hay masas. Hay individuos grises que caminan cabizbajos pensando en terminar el día de la forma más rápida, agobiados y tristes. Llegó el día. Se van los últimos de filipinas. Nadie se acuerda ya de que tenían que irse. Se van, hagan bien o mal su trabajo, sin que nadie piense en las consecuencias. Este ya no es un lugar para viejos.