martes, 16 de septiembre de 2008

El placer de lo inesperado

Antes de seguir leyendo: las películas no caducan.

Yo llevaba tiempo confiando en las películas hechas en España. Sabía que este día llegaría. Mi confianza era del tipo: "Algún día vendré a ver una película a la que no pueda ponerle peros, ni un pero". Ese día ha venido (es verdad que ha tardado por mi culpa). La película se llama La Soledad. No me gustaba un pelo eso de la polivisión. Vaya moderno, me dije yo. Pues anda que no tiene décadas ya el invento. Hace poco viendo el documental sobre Woodstock ahí estaba: la polivisión en su contexto histórico. La Soledad es un peliculón. Te metes en la vida de una gente sin saber cómo, viendo situaciones en las que nadie habla y que en principio poco aportan, pero no es así, aportan tanto como una ducha en mi vida común. Si no me duchara mi vida no sería igual. Jaime Rosales aguanta los planos como un púgil un pulso. Por cuestiones de tiempo no puedo extenderme demasiadas páginas en hablar de La Soledad. Es muy difícil meterte en la vida de las personas de esa forma, romperte el plano en dos y ponerte a una persona que te mira de frente diciéndote las cosas que le duelen. Los actores están estupendos y no hay ni una nota de música, porque cuando yo voy en autobús no hay música más allá de la de mi mp3 o la del del chaval de la derecha o el de más allá. No es dogma, queridos, es una cuestión de profundidad, de sencillez, un acto de constricción, de elipsis, de ejemplo para el cine. Qué placer, ahora que la he visto, comprender lo merecido del inesperado goya.

Ahora solo me falta ver Siete mesas de billar francés.

No hay comentarios: